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el 21 junio 2021

Etimológicamente, -titulus (rótulo, anuncio, enumeración de méritos) e -itis (inflamación, infección). Este tema es tan complejo, que apenas me siento capaz de pasar por encima hablando en alto sin esperar llegar a conclusión alguna. Lo que sí puedo decir, es que, como en todo conflicto que se precie, se nos presentan dos polos divididos, a veces hasta alarmantemente disociados. Entre el “todo vale” de los charlatanes y el “si no tienes muchos títulos, no vales nada” de los sesudos intelectuales, tenemos muchas reflexiones por el camino. Este post nace inspirado en nuestros alumnos de Prácticas Externas Universitarias (Prácticum), un año más, y van doce promociones, casi trescientos estudiantes del último curso de Grado en Psicología. Aunque es un gusto para mí (para nosotros, el equipo) trabajar con ellos, veo la pasividad con la que aterrizan hasta clavarse en la tierra, con dificultades para andar, para aprender pagando el precio de equivocarse, el tremendo miedo a hacerlo mal, el volcado en su rol más que en su esencia, en aparentar saber más que en aprender. Me identifico con ellos cuando tenía su edad.

Vienen de un mundo académico que no contempla el trabajo personal, la salud mental del propio psicólogo, que solo incluye en su ecuación contenidos intelectuales y exámenes, sin experiencia propia, sin introspección, sin relación supervisada terapéuticamente entre compañeros, sin ir más allá de las fantasías, la pose y los libros. No culpo a los profesores, conste, que en muchos casos son eminentes, pero todo el sistema es tan demoledoramente pesado, racional y superficial que llevará generaciones moverlo.

Esta crítica se lleva haciendo hace décadas, no soy nada original. De ahí las manifestaciones en Madrid, mil escritos, y mil “batallas” con la medicina y las farmacéuticas, que querían dejarnos fuera a los psicólogos de todo lo que fueran problemas clínicos y que nos dedicáramos solo a “problemas de comunicación” y demás. Frente a esto, nació la figura del Psicólogo Clínico, un logro al final aceptado por el gobierno para defender este territorio donde “cabemos todos o no cabe ni dios”, pero era (y es) un embudo de 130-140 plazas al año mientras se gradúan miles de psicólogos de todas las universidades españolas en ese mismo periodo de tiempo (11.029 en 2019 según el COP). Luego surgió el Máster General Sanitario, un evento demasiadas veces privado, porque se exige tenerlo para poder atender pacientes (no todos quieren dedicarse a esto) y luego no se está a la altura de ofrecer las plazas públicas correspondientes. Un apaño que hace que la universidad a la postre sea mucho más cara, y que las universidades privadas proliferen, para mi gusto, en exceso. Este máster tendría que ser “profesionalizante”, apenas teórico, muy cercano a la práctica posterior real, lo más cercano posible a las prácticas de un residente PIR que será psicólogo clínico, pero de nuevo es un montón de teoría y unas prácticas muy poco controladas a las que no se dedican apenas recursos ni atención. Seis universidades (no diré “el pecador”) nos “ofrecieron” colaborar con ellas para darles entre 400 y 600 horas de prácticas a los alumnos de este máster, amén de los alumnos abandonados a su suerte para conseguírselas. Nos pagaban por ello, por alumno y hora. Sólo diré que, la que más pagaba, conseguía que una sesión de terapia individual de una hora fuera más rentable económicamente que tener a diez estudiantes aprendiendo durante cinco horas. Y no es un máster barato. Creo que queda claro. No es esto lo que esperábamos, aunque nos avisaron hasta la saciedad, pero tampoco pudo pararse.

Así, nos encontramos con alumnos volcados hacia afuera, hacia el necesario reconocimiento externo, algo imprescindible, porque de alguna manera tenemos que asegurarnos de que algo se sabe, de que hay una base de conocimiento, pero a este proceso de intelectualización se le ve rodeando un auténtico abismo vacío en su interior. No es que me extrañe que entre los estudiantes haya tantos conflictos y trastornos psicológicos como entre la población normal, porque muchos psicólogos disponen de la sensibilidad de quien ha sufrido y quiere ayudar a los demás. Lo que me extraña y me alarma es que crean que pueden ayudar a los demás con sus técnicas y sus protocolos mientras ni se les ocurre (con honrosas excepciones) buscar ayuda psicológica para sus propios conflictos, que a veces no son pequeños. Nadie les ha enseñado ni mínimamente a escucharse, a conocer lo que sienten, lo que piensan, a resolver sus conflictos, a escuchar al que tienen en frente en vez de querer solucionarle la vida… Y nos encontramos que la mayoría de los psicólogos no se plantean ir al psicólogo ante sus problemas psicológicos. Curioso, ¿no?

¿Nunca habrá un espacio “obligatorio” donde quien pretenda ayudar en el sufrimiento psicológico a los demás intente conocer su propio sufrimiento? ¿Nunca se va a integrar en la formación académica que, para ayudar a otros, antes hay que ayudarse a sí mismo? En concreto, ¿nunca se va a poner como condición para ser psicoterapeuta (psicólogo clínico o sanitario) realizar una serie de horas de psicoterapia como paciente? Pero ¿se podría suspender a alguien en su psicoterapia? Es un tema complejo, pero no lo consideremos imposible de resolver ni mucho menos de mejorar. El lugar que ocupa la “inflamación de los títulos” (no los títulos en su justa medida) no deja espacio al autoconocimiento. Todo se pone fuera. ¡Qué sociedad esta…! A diferencia de las generaciones anteriores, ahora sabemos soñar, pero nos falta tocar tierra, dar sentido desde la raíz hasta los frutos, no al revés.

Comentarios

Arturo Pastor Pascual el 1 de 7 del 2021

Totalmente de acuerdo. Me siento muy indignado sabiendo que he dedicado aproximadamente 4 años de mi vida a conocerme y crecer como persona y como psicólogo de una forma completamente experiencial y práctica, realizando formación e invirtiendo mucho tiempo y recursos económicos en mi propia terapia y que eso cuenta mucho menos de cara al sistema burocrático que realizar un máster habilitante de un año y medio donde te enseñan más de lo mismo de siempre. ¿Por qué un estudiante que sale de ese máster sin haber aprendido NADA sobre cómo ponerse delante de un paciente y sin haberse puesto concienzudamente bajo supervisión profesional tiene derecho a tratar a una persona, mientras que otros dedicamos años a conocernos y a aprender a cuidarnos para poder ayudar a otras personas a que aprendan a cuidarse parece que seguimos careciendo de las competencias necesarias? Francamente increíble. Aprovecho la ocasión para lanzar esta crítica a este sistema. Gracias por brindar este espacio para la expresión.

CVaP el 1 de julio del 2021

Muchas gracias por tu comentario, Arturo. Resulta indignante cómo la burocracia le quita el sentido común a las cosas y, lo peor, cómo nos adaptamos a todo.

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