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el 23 septiembre 2024

A lo largo de la vida, acumulamos recuerdos que preferimos no enfrentar, momentos que escondemos en los rincones más oscuros de nuestra memoria. Nos convencemos de que, al enterrarlos y silenciarlos, podremos dejarlos atrás y que, con el tiempo, desaparecerán. Sin embargo, como bien expresa Carlos Ruiz Zafón en su libro El laberinto de los espíritus, "los recuerdos que uno entierra en el silencio son los que nunca dejan de perseguirle".

Lejos de desvanecerse, esos recuerdos permanecen con nosotros y nosotras, ocultos pero presentes, como sombras que nos siguen en silencio. Aunque no seamos conscientes de su presencia, encuentran maneras de infiltrarse en nuestras vidas: en emociones que no logramos descifrar, en una tristeza que surge sin motivo aparente, en las palabras que nunca nos atrevimos a decir. Son fragmentos de nosotros y nosotras mismas, congelados en el tiempo, esperando ser vistos.

El silencio no los apaga, los amplifica. Al negarnos a enfrentarlos, esos recuerdos crecen, se vuelven más insistentes. Así, los recuerdos no contados se convierten en compañeros permanentes de nuestro viaje. Pensamos que el olvido es la solución, pero en realidad, ¿se puede olvidar lo que nunca se miró de frente? Tal vez esos recuerdos no nos persiguen para atormentarnos, sino para recordarnos lo que aún debemos comprender, aquello que, en algún rincón de nuestro ser, sigue pidiendo ser escuchado.

Enterrar lo que nos duele es, de alguna manera, enterrar una parte de nuestro ser. En esos silencios reside lo no resuelto, lo que sigue resonando en nuestro interior, pidiendo ser reconocido. Nos convertimos en prisioneros y prisioneras de lo que callamos, mientras que lo que nombramos y recordamos se integra en nuestra historia, haciéndose parte de nosotros y nosotras de una forma distinta.

A veces, basta con recordar, con atrevernos a mirar lo que evitamos durante tanto tiempo. Al hacerlo, quizá descubramos que esos recuerdos no son fantasmas a los que debamos temer, sino fragmentos de lo que somos, esperando ser aceptados.

Al final, lo que permanece en el silencio no nos persigue para castigarnos, sino para devolvernos a nosotros y nosotras mismas.

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