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el 10 marzo 2015

De todas las emociones que sentimos los seres humanos, la rabia es una de las que peor prensa tiene. La asociamos con violencia, enfado, malhumor, indignación, venganza, furia, odio…y muchos otros términos que nos resultan, a primera vista, desagradables y mal vistos.

Culturalmente se nos ha orientado a suprimir la rabia, a reprimirla desde que somos niños, haciéndonos ver que se trata de una emoción negativa. Seguro que os suenan frases del tipo: “cálmate”, “no te enfades”, “no grites”, que llevan implícito tanto el mensaje de no expresar la rabia como el de no sentirla, censurando dicha emoción y empujándonos a evitarla. Las emociones son la manera en la que percibimos lo que sucede y nos sucede. Son la manifestación de cómo estamos internamente. Nos indican necesidades, deseos, motivaciones, ilusiones, etc. La rabia es una emoción primaria, lo que significa que está presente desde que nacemos. Cada persona la experimentamos de forma particular, dependiendo de nuestras experiencias pasadas, aprendizajes, carácter, actitudes y creencias. Hay intensidades en la forma de sentirla y en el modo de expresarla, pasando del resoplido o el malhumor, a la irritación o pudiendo llegar al extremo de la agresividad (contra uno mismo o contra los demás). Puede ser una emoción expansiva o de repliegue cuando no le damos salida, cuando la “tragamos” o la reconvertimos en una emoción distinta, como cuando le insistimos a un niño para que no se enfade y lo que acaba sintiendo es tristeza, en lugar de la rabia que estaba notando. Observamos la polaridad en la rabia cuando es expresada  desmedidamente o cuando la tragamos si nos vamos al otro extremo.

Cuando acumulamos rabia y no la exteriorizamos, es posible que la somaticemos; los órganos que más suelen resentirse son el hígado, el corazón y el estómago, así como tensiones musculares. Todas nuestras emociones nos dicen algo. La rabia nos indica que algo nos está superando, que nos desbordamos, que está ocurriendo algo de lo cual no nos estamos ocupando. Puede surgir como resentimiento a algo sucedido dónde no hemos podido o sabido hacer valer nuestra parte o desencadenarse  ante situaciones que valoramos como injustas o que atentan contra los valores morales y la libertad personal; situaciones que ejercen un control externo o coacción sobre nuestro comportamiento, personas que nos afectan con abusos verbales o físicos, y situaciones en las cuales consideramos que se  producen tratamientos injustos.  

¿Para qué nos sirve la rabia? Para defendernos: nos ayuda a contactar con nuestros límites y dejarlos claros, nos permite defender nuestros intereses. Para energetizarnos: nos da una sensación de energía, de impulsividad, que nos permite pasar a la acción. Para afrontar los conflictos: para no huir de ellos, nos sirve para no aceptar una situación e intentar cambiarla. Para conocer nuestras propias necesidades: nos da la fuerza  para decir sí o no a lo que queremos así como para perseguir nuestras metas e ideales.  

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