LA NATURALEZA POLAR DE LA MENTE La naturaleza de nuestra mente es polar y, por tanto, es polar nuestra forma de aprehender todo conocimiento y toda experiencia. El alcance de esta considerada ley universal es mayor de lo que pudiera parecer en un principio. Experimentamos el frío frente a la conciencia que tenemos del calor y, éste a su vez, frente a la que tenemos del frío. Comprendemos lo lejano en oposición a lo cercano, o la tristeza frente a la alegría. Nos percatamos del dolor porque conocemos el placer, describimos lo duro en comparación con lo blando, lo inquietante frente a lo sereno y podemos nombrar lo luminoso al distinguirlo de lo oscuro. Nuestra mente sólo es capaz de calificar y valorar la experiencia bajo criterios de polaridad. Tanto es así que, no es que sencillamente una realidad tenga su opuesto, sino que la realidad existe mentalmente, se define y hasta se percibe gracias a la necesaria comparación entre opuestos. La mente necesita los opuestos para comprender.
Desde la óptica de la inseparable relación en psicología entre pensamiento y lenguaje humanos, puede que los sustantivos no tengan una polaridad tan manifiesta como los adjetivos, pero en cuanto definimos, describimos y clasificamos esas entidades (y otras como los verbos, los artículos o las preposiciones) para poder comprenderlas, aparecen de nuevo las polaridades de la mente tomando conciencia de cada característica por comparación con otras. De hecho, las polaridades son sólo los extremos de ejes conceptuales creativos y cambiantes de relaciones y gradaciones generalizadas o particulares. No hay polaridades únicas, absolutas, estándar, sino asociaciones subjetivas de oposición, lo que implica sustanciales diferencias en el modo individual y colectivo de experimentar los polos por separado y sus grados. Además de esta interpretación subjetiva y experiencial de pensamientos, emociones y percepciones sensoriales, están los propios límites de nuestras vivencias, aquello que realmente escapa a nuestras capacidades o a nuestro desarrollo actual de aprehensión mental, emocional y sensitiva. Hay polaridades múltiples y sencillas, explícitas e implícitas, fusionadas y disociadas, de una etapa y de un modo de estar en la vida. En última instancia, la psicoterapia pretender agrandar esos límites desde la integración. Tenemos capacidad de decir un sí verdaderamente pleno cuando hemos conseguido alcanzar la libertad para decir que no y, curiosamente, podemos separarnos mejor de aquello a lo que nos hemos acercado con más apertura interior y sin miedo.
Vivimos enteramente cuando tenemos conciencia de la muerte y seguro que nadie puede penetrar tanto en la calma como el que sabe de la tempestad. La trampa de la culpa puede disimular una necesidad de control sobre la incertidumbre inquietante de una vida que nos sobrepasa y asusta. Conocer las diversas polaridades y, más que eso, darnos cuenta de la articulación polar que utilizamos para conquistar la realidad, nos permite tomar más amplia, clara y profunda conciencia de cualquiera de las cosas que percibimos. Por ello, no sólo se puede afirmar que, por ejemplo, la conciencia de felicidad es mayor para quien sabe del dolor, sino que hasta debemos aquella a éste. Como también ocurriría a la inversa, hemos de concluir que la conciencia se desarrolla en una dinámica de balanceo y ensanchamiento progresivo entre dos extremos que, cuanto mejor sean diferenciados y perfilados, más podrán brindarnos la ansiada integración posterior.
El antiguo taoísmo ya concebía el Universo como un Todo sobre dos grandes fuerzas en equilibrio creativo: yin y yang. Por su parte, la filosofía Hermética citaba entre sus siete principios fundamentales el de la polaridad: “Todo es doble; todo tiene dos polos; todo, su par de opuestos: los semejantes y los antagónicos son lo mismo; los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades son semiverdades; todas las paradojas pueden reconciliarse”. Desde cualquiera de estas visiones ya milenarias, uno de los polos contiene en su interior algo del otro, algo que une lo separado para evitar una grave desintegración, y algo que separa lo unido para superar la indiferenciación simbiótica; es una tensión, en suma, entre las fuerzas básicas de expansión y compresión.
(Extraído del artículo Polaridades, naturaleza mental y psicoterapia)
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