Sí, sí, ya sé que estamos en tiempo navideño y que ahora lo que prevalece es el amor, la familia, las luces de colores y todas estas cosas que sacamos a flote en estos días.

Pero hoy me apetece escribir de la importancia de mandar a paseo (a pastar fang, como decimos en valenciano), de lo bien que sienta alejarnos de algunas personas, de permitirnos la licencia de decir en voz alta que no nos apetece nada más con aquellos que nos hacen daño.

Creo que ahora también puede ser una buena época para detenernos un poco, para revisar quién nos aporta bienestar y quién nos aporta dolor de cabeza o sufrimiento. Para reconciliarnos con nosotros mismos y darnos permiso para rodearnos de quien nos quiere bien y de verdad.

Si nos plantearan hacer una lista de a quién queremos mandar a paseo, podríamos reaccionar quedándonos en blanco porque nunca se nos había ocurrido. O con el “me sabe mal” que tan a flor de piel está muchas veces. Puede que hubiera quien empezara la lista y se diera cuenta de que hay más personas anotadas de las que creía. Habría quien no anotaría a nadie con el autoengaño de “no me cae mal nadie” (de esto podríamos escribir un artículo entero…).

No hablo de tener que hacerlo de forma agresiva o violenta, hablo más bien de comunicar sencilla y llanamente a la otra persona que nos vamos a alejar, que no nos gusta su manera de tratarnos y que hasta aquí hemos llegado.

La manera en la que la otra persona lo reciba puede ser motivo de que no solamente nos vayamos, sino que lo hagamos corriendo porque ahora nos echa la culpa a nosotros; que suponga un punto de inflexión para el otro y nos pida perdón de forma verdadera y, con ello, pueda surgir una nueva manera de relación; que haya frialdad, distancia, y que ahí se quede todo.

Si se da alguna de estas opciones significará que, por fin, nos hemos atrevido a mandar a paseo a quien nos ha tratado mal.