"El otoño es el silencio antes del invierno". (Proverbio francés)
"Aquí no hay otoño, aquí todo es perenne, siempre es igual. Quiero que cambien las estaciones, que caigan las hojas. Quiero oír el rio desde mi casa, que una araña haga su pequeño hogar en alguna esquina de mi casa.
En la ciudad todos los días son iguales, todo es permanente. Todo es falso, postizo.
Hoy en día puedo trabajar desde mi casa en medio del campo.
Siempre he fantaseado, en cada dibujo de casita que hacía, vivir así”.
Palabras matizadas de un paciente que acababa de tomar la decisión de irse a vivir al medio del campo.
Creo que es algo que está por llegar. La vuelta al campo, al pueblo. La vuelta a la España vaciada. Tanto por la necesidad de los pueblos como, sobre todo, la necesidad de humanizarnos.
Y en esto, hay un papel importante en el minimalismo que nos da lo rural. No querer más que lo que tenemos al lado. No necesitar más que un paseo al atardecer en unas calles que pueden tener cientos de años sobre un horizonte natural, sin edificaciones monstruosas. Un decorado permanente y atemporal que dota de sentido al lugar al que pertenecemos.
Curiosamente la evolución del mercado en internet (gracias al maldito consumismo) acerca más la posibilidad a irse a vivir fuera: tus necesidades de consumo se ven satisfechas. Aquello que necesites lo compras con un click y un repartidor te lo acercará.
Mientras tanto, a tus oídos no llegará el ruido del tráfico. Las ciudades están saturadas.
Seguro que me dejo cantidad de inconvenientes que mi fantasía no me ayuda a tener en cuenta. Inconvenientes que la realidad de vivir así dará y que yo no conozco. Pido que se me hagan conocer para adentrarme en este vaticinio.
Porque tengo bastante claro que la cosa pasa por volver al campo. Por volver a tener estaciones. Y ver las hojas caer en otoño.
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