Hace unas semanas, al hilo de unas declaraciones de un par de políticos, un presentador comenzaba su programa de televisión apelando a la importancia de “conocer el nombre exacto de las cosas”. En concreto, este presentador tomaba como ejemplos a un par de políticos, los que para referirse a la banda terrorista ETA o a la Dictadura de la época franquista, hacían otra clase de descripciones que restaban importancia a lo sucedido.
A modo cómico y de una manera muy clara, este presentador planteaba que para poder analizar algo, hay que saber nombrarlo. Que lo que no se nombra puede llegar a ser como si no existiera, lo cual puede generar muchos problemas.
Más allá de cuestiones políticas, esta reflexión me pareció muy interesante, me recordó lo que sucede en terapia. Una parte fundamental del trabajo terapéutico es, justamente, darle nombre a las cosas que sentimos y que nos suceden. Esto produce un gran alivio y sensación de tranquilidad. Puede ser doloroso, pero de algún modo, se hace más manejable. Para cambiar la manera de sentirnos o una situación, ayuda ver con absoluta claridad lo que nos pasa, para saber de dónde partimos.
Cuando el niño o niña aprenden a hablar y ponen nombre a las cosas, a nivel evolutivo se considera un paso decisivo en el desarrollo de la capacidad del pensamiento y de darle sentido a la realidad. Imaginemos un niño o una niña que pasa de ser un manojo de emociones y reacciones motoras a poder nombrar, a poder decir por ejemplo agua. Imaginemos también un niño o una niña que ante la frustración de que un compañero o compañera de guardería le quite un juguete, pega. Y cómo el deber de los adultos es ir mostrándole con la palabra lo que le pasa, para que luego él o ella puedan expresarse también de esta manera. En estos ejemplos, la palabra permite al niño o la niña tener una mejor arma para el manejo del mundo externo y del control interno de sus impulsos. Las palabras permiten una comunicación más precisa con las personas.
Estos entrelazamientos de las ideas y emociones junto con las palabras hacen posible el pensamiento propiamente dicho. Cuando una persona ha sido, por ejemplo, abusada o violada, poder expresar las cosas como son permite pensar sobre ello. Lo que supone un gran paso hacia la gestión y liberación del sufrimiento. Por el contrario, no poder nombrarlo deja a las víctimas de cualquier situación en un total y absoluto desamparo.
A veces, al igual que los políticos nos manipulan con la forma en la que nos cuentan las cosas, nosotros mismos nos llevamos a engaño, bien porque algo nos resulta demasiado doloroso como para poder lidiar con ello o porque tenemos una visión de nosotros mismos que no queremos romper. Sin embrago, lo que no se piensa y se dice como es no se puede trabajar ni elaborar produciéndonos un malestar y gasto de energía innecesarios.
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