«¡Bah, no le des más vueltas!»; «¡No he podido llamarte, perdona, que voy muy liado!»; «No te montes películas, anda, que no importa.»; «¡Que no, de verdad, que no me pasa nada!»; y un largo etcétera.

Así dejamos de fiarnos de lo que estamos sintiendo, de lo que nos dicen “nuestras tripas”, nuestras emociones y sentimientos, nuestra intuición. Así pasamos por alto lo que estamos percibiendo. Así vamos cambiando calidad por cantidad, fondo por forma, esencia por imagen, identidad por identificación, creatividad por protocolo, deseo por adaptación, interioridad por interiorismo, experiencia por realidad virtual, vivencias por datos, realidad por fantasía, intimidad por intensidad, amigos por seguidores, alimento por avidez… y viaje por foto de viaje. Así perdemos el contacto con nosotros mismos. Y contigo…

Y la vida se ahueca, se vuelve pálida, desalmada, insulsa, sin sentido… Descendemos al mito de la caverna de Platón. Y el aburrimiento y el vacío nos gritan. ¿Qué les vamos a dar? ¿Nutrición o entretenimiento?