La relación dar-recibir es tan inherente a la naturaleza en general y al ser humano en particular, que con frecuencia ha sido considerada como una auténtica ley universal. Dar y recibir implica un contexto donde existan dos entidades como mínimo, la dadora y la receptora. En esta situación, se produce un intercambio, una relación entre ambas entidades. Se trata de una conexión complementaria, una polaridad que necesita de sus dos caras. Para que el dar se culmine, necesita ser recibido; para que el recibir sea pleno, requiere el reconocimiento de un dador. No siempre el dar y el recibir alcanza esta unión ideal de compensación; con frecuencia se da, aunque no sea recibido, y se intenta recibir, aunque no haya sido dado. Desde el intercambio natural más imprescindible para la supervivencia al más caprichoso, ésta es la ley que rige de diversas maneras, intensidades, y con distintos nombres y particularidades. Procesos de dar-recibir son, por ejemplo, el proceso respiratorio, el digestivo, el sexual, dialogar, negociar, comerciar, etc. Pero, si observamos con atención el complejo entramado del equilibrio natural, podríamos llegar a concluir que todo está sometido a intercambio, que todo lo recibido se transforma y es dado, que todo lo dado se modifica y es recibido. Cuanto más básica e ineludible sea la necesidad, más generosamente será asegurado este mecanismo. Por ejemplo, en el caso de la supervivencia, un hombre es capaz de producir y expulsar millones de espermatozoides en cada eyaculación y, del lado de la parte receptiva, los procesos que tienen lugar en la mujer durante el embarazo son asombrosos y todavía desconocidos en gran medida. Hay ranas que tienen varias puestas al año de más de cuarenta mil huevos para asegurarse la vida frente a la precariedad del medio. También se da esa misma prodigalidad en el número de semillas que el mundo vegetal ofrece para compensar la proporción de las que se perderán en el camino hasta la germinación. Los delicados y complejos equilibrios naturales nos están hablando también de la ley del dar-recibir, como la cadena alimenticia, en la que vegetales y animales se alimentan y a la vez son alimento unos de otros, o la evaporación del agua (en ascenso) y las lluvias (en descenso). De modo inverso, los desequilibrios provocados por el hombre en procesos globales parece que empiezan a ser tenidos en cuenta (deforestación, caza y pesca indiscriminadas, contaminación, “efecto invernadero”) dadas sus peligrosas e inminentes consecuencias en cadena, como un destructivo dominó planetario.
Además de las armonías físicas, también existen las psíquicas, filosóficas o espirituales. Por ejemplo, el concepto filosófico-moral y legal de justicia pretende, aunque realmente muchas veces no lo consiga, buscar un equilibrio (simbolizado por una balanza) por el cual alguien reciba en función de lo que haya dado (la nota de un examen o la condena por un delito cometido) y alguien deba dar en función de lo recibido (la proporción en el pago de impuestos según los ingresos o el mantenimiento de una beca de estudios), teniendo en cuenta agravantes y atenuantes a estas reglas. En términos morales-espirituales, tendríamos otros muchos ejemplos. La parábola cristiana de los talentos, hace referencia a la ancestral idea de que, ante la desigualdad de las capacidades (actitudes o dones) y, buscando la justicia (divina o humana), quien más reciba en un determinado aspecto, más debe dar y más se le puede exigir. Tiene más mérito en términos éticos que un pobre dé una moneda a que un rico, que posee un millón de veces más, dé cien monedas. Respecto a la idea del juicio final, los actos realizados en la vida serían juzgados al finalizar ésta, generando la felicidad o el dolor eternos. Por último y, en este mismo sentido, la ley del karma y el dharma, es también llamada ley de Causa y Efecto o ley de la “Justicia Celestial”. Se solapa también con la llamada ley universal de la compensación, por la cual unas cosas afectan a otras en la búsqueda continua de equilibrio. Aquí en concreto, el karma supondría cargar con el peso (responsabilizarse) de los actos, pensamientos, palabras y omisiones perjudiciales hacia los demás, la naturaleza y nosotros mismos. El dharma, de forma complementaria, sería la ganancia o recompensa por las buenas acciones. Unas religiones, como la cristiana, otorgan una sola vida y un juicio final definitivo. Otras, como algunas orientales, hablan de reencarnaciones sucesivas en seres superiores o inferiores según las obras realizadas. Como hemos señalado, fuera de lo religioso y lo espiritual, también existe este nivel ético-moral y legal de búsqueda de justicia entre lo que se da y se recibe. Esta misma ley rige la educación, donde los éxitos y los fracasos se gestionan a partir de los rendimientos y comportamientos, siempre bajo el prisma de las capacidades y la posibilidad de elegir de modo responsable (consciencia y libertad). Por lo menos éstas son las intenciones, aunque haya mucho camino que recorrer en cuánto a qué y cómo valorar al estudiante. Si reducimos las realidades físicas y mentales a energía, como cada vez más autores apuntan, nos encontramos con la ley de la conservación de la energía: “la energía ni se crea ni de destruye, sólo se transforma”. Esto, en términos de la ley de dar-recibir, significa que los actos y pensamientos que ofrecemos al mundo generan cambios en éste que luego nos volveremos a encontrar en el camino. Pero algo así no puede ser entendido desde una visión egocéntrica y estrecha, tampoco desde una visión mágica, sino global, porque hay una marcada diferencia entre utilizar al mundo para aumentar los beneficios particulares, y darse al mundo para el beneficio de todos. No por ello deja de ser una tarea difícil diferenciar ambas cosas, pero sin duda tal precisión sólo puede partir de una amplitud en el nivel de conciencia y ético de uno mismo y del resto.
Dar sin ser capaces de recibir supone un desequilibrio que suele dejar a los demás en deuda, culpabilizados y sin poder desarrollar su capacidad de amar. Si el dar, además, es invasivo, conllevará exigencia. Recibir sin dar supone otro desequilibrio donde la carencia y la dependencia convierten a las personas en “bocas voraces” e insatisfechas que pueden agotar a los demás, quienes, en el mejor de los casos, tendrán que hacer un esfuerzo por poner límites. A veces las personas parece que dan, pero realmente están buscando recibir (llamadas de atención). Tanto una postura como otra, suponen irresponsabilidad sobre nuestras verdaderas necesidades, ya sea por no saber mirar por mí tomando cosas que el mundo me ofrece, ya sea por no hacerme cargo de satisfacérmelas yo (y esperar que otros lo hagan). ¿Qué recibimos? ¿Qué damos? Siempre son buenas preguntas para hacernos cotidianamente.
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