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el 16 julio 2024

Trabajar con la resistencia es el pan de cada día, pero también en ocasiones me he encontrado en un modelo más didáctico al explicar las resistencias a personas en consulta o en organizaciones, ya que ellas también se encuentran con resistencias en sus relaciones cotidianas.

¿Qué es una resistencia? Según H. B. Karp en su libro ‘Guía para el líder del cambio’, “podemos definir la resistencia como la habilidad para evitar lo que uno no quiere del ambiente”.

Lo primero que se dice es que las resistencias hay que respetarlas y escucharlas, deben ser reconocidas para entonces trabajarlas. Es una visión positiva de la resistencia.

Lo que explica la positividad de este concepto es: tengo tanto derecho a obtener algo que quiero, como a no obtener algo que no quiero. Querer que pase algo que quiero es tan positivo como no querer que pase algo que no quiero.

El ‘poder' es la característica que me permite obtener un fin, y la ‘resistencia’ funciona de la misma manera no queriendo obtener dicho fin. Evitar lo que no quiero es tan bueno como obtener lo que quiero.

Solo una vez comprendemos esto, somos capaces de trabajar la resistencia en el otro.

Cuando las personas se resisten a un cambio que a ti te parece ‘bueno’, no es que estén siendo ‘malas’, sino que simplemente se están protegiendo. La principal misión de la resistencia es proteger, no ser dañados. La resistencia impide lastimarse.

Entonces las personas no se resisten al cambio, se resisten al dolor. La resistencia cuida nuestra seguridad. Y en un terreno más organizacional, se resisten al desafío y por lo tanto se resisten a fracasar. La resistencia cuida nuestra efectividad.

Lo que nos encontramos a menudo es querer romper la resistencia, empujarla, evitarla o minimizarla, y esto produce el efecto contrario, la aumentamos.

La manera de ir encontrando grietas en ese muro que es la resistencia es dando voz a dicha resistencia. Preguntar abiertamente para qué no hacer lo que se les propone y cómo querría hacerlo. Ahí identificaremos límites que la resistencia no quiere cruzar, qué cosas no quieren que pase porque generará dolor y, por lo tanto, iremos encontrando puntos en común.

Si me entero de tu resistencia, me entero de tu futuro dolor. Preguntando y escuchando todo, enterarnos bien. Entérate bien sin juzgar. Desde ahí estamos ofreciendo seguridad y posibles encuentros.

Es entonces cuando podemos reconocer la resistencia y, desde ahí, permitimos al otro su derecho a resistirse de manera abierta Reforzar el derecho a resististe. Conforme aumento la comodidad y el sentirse a salvo, permito al otro decidir de manera más relajada.

Un ejemplo concreto es el que me encuentro con los alumnos de las prácticas externas de la Facultad de Psicología cuando realizamos el ‘Taller Residencial’. Es un espacio en el que se abren, cuentan sus problemas y a muchos se les invita a expresar más, contar más, profundizar más, y lo que más resistencia produce, trabajar en el centro de la sala. Algo que suele funcionar, no para empujar la resistencia sino el deseo de querer solucionar conflictos internos, es el de proponer abiertamente: “yo no te voy a obligar a contar más, ni salir a trabajar en el centro de la sala, comprendo la dificultad y el dolor. Sólo si tu quieres, sigue hablando o podemos trabajar un poco más, sólo hasta donde tú quieras, y sólo si quieres”.

Lo siguiente suele ser agrietarse las resistencias, y mediante ese espacio de seguridad encuadrado, la persona dando pasos hacia delante en su conflicto.

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