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el 14 septiembre 2024

John Bowlby y su colega Mary Ainsworth desarrollaron y estudiaron de manera experimental la teoría del apego, descubriendo tipos de apegos o formas de vincularse con los demás, que se constituyen en la infancia y se manifiestan en la edad adulta en nuestros vínculos.

La teoría del apego enfatiza la importancia de la relación cuidador/es-hijo/a en el desarrollo emocional. Bowlby creía que el vínculo temprano con el/la cuidador/a principal desarrolla una especie de modelo interno que influye en cómo el individuo se relacionará con los demás y cómo gestionará el estrés a lo largo de su vida.

Según teoriza Bowlby existen principalmente cuatro tipos de apego: seguro, inseguro-evitativo, inseguro ambivalente/ansioso y desorganizado.

Con el apego seguro el niño/a confía en que su cuidador/a estará disponible cuando lo necesita. Se siente seguro para explorar el entorno y, aunque muestra angustia cuando el cuidador/a se va, se calma al regresar. En la adultez, estas personas suelen tener relaciones estables y de confianza.

Cuando un niño/a experimenta apego inseguro-evitativo, evita al cuidador/a y no busca consuelo. Aprende a no depender emocionalmente de los demás. En la adultez, estas personas pueden ser distantes y evitar el compromiso emocional.

El apego inseguro-ambivalente se caracteriza por una gran ansiedad cuando el cuidador se ausenta y respuestas contradictorias al regresar, como buscar consuelo y a la vez rechazarlo. Las personas con este apego, en la adultez, tienden a ser emocionalmente dependientes, con un fuerte temor al rechazo o abandono.

Y, por último, cuando se da el tipo de apego desorganizado, el/la niño/a muestra comportamientos confusos y contradictorios hacia el cuidador/a, como acercarse con miedo o retraimiento. Esto sucede cuando la figura de apego, que debería proporcionar seguridad, es también fuente de miedo o estrés. En la edad adulta, puede llevar a relacionarse con dinámicas caóticas y dificultades para gestionar sus emociones.

Aunque se pueden apreciar en cualquier vínculo, los diferentes tipos de apego se observan con mayor claridad e intensidad en las relaciones de pareja. El estilo de apego desarrollado en la infancia tiende a establecer patrones de comportamiento y expectativas en las relaciones adultas. Cada estilo de apego moldea la forma en que una persona maneja la cercanía, la vulnerabilidad, el compromiso y los conflictos, y esto influye profundamente en la dinámica de la relación.

Como toda teoría, puede servirnos para reflexionar, ver patrones repetitivos que uno mismo o una misma tiene en sus relaciones y observar cómo reaccionamos emocionalmente pero tampoco es bueno perderse en teorías. Si queremos tener relaciones sanas, vamos a necesitar trabajar en nuestro autoconocimiento y mucha práctica. Saber cómo se siente uno en la intimidad, si tenemos miedo a que nos abandonen o sentimos que esperamos constantemente validación de los demás, si nuestras relaciones son vividas con mucha intensidad o de manera desorganizada, cómo respondemos a la distancia o cuando el/la otro/a no se comporta como esperamos, si tenemos tendencia a evitar discusiones o sobreinterpretar cada acción que el/la otro/a hace, puede ser información útil. Tener este conocimiento sobre nosotros/as y poder relacionarlo con cómo nos hemos podido sentir en épocas más tempranas de nuestra vida con nuestros cuidadores principales, nos puede ayudar mucho a parar esa inercia que a veces nos domina en los vínculos.

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