Cuatro palabras.
Cuatro palabras que forman una frase muy clarita.
Pues parece que no tanto.
Cuando respondemos: "No, no quiero beber" ante una situación social en la que se nos insta a hacerlo, suelen insistirnos para que lo hagamos.
Tenemos tan normalizado el alcohol en nuestra sociedad que nos parece extraño que alguien no quiera beber.
Sí damos un poco de margen cuando en lugar del no quiero es un no puedo. Pero también depende de cuál sea el motivo de no poder. Por ejemplo, cuando alguien dice que no puede beber porque está tomando una determinada medicación, se le acepta casi siempre la excusa. Sin embargo, si son personas que están en pleno proceso de desintoxicación, y que dicen abiertamente que han dejado de beber y que están en tratamiento por ello, aún así, en algunas ocasiones se les dice que por una copa no les va a pasar nada.
Llevo muchos años trabajando con personas con problemas adictivos y me han transmitido en numerosas ocasiones la dificultad que les supone no ceder ante la invitación y la insistencia a que beban cuando ya han iniciado el tratamiento psicológico (y farmacológico en la mayoría de las ocasiones), siendo muy frecuentes las situaciones en las que el alcohol está presente.
Está tan normalizado (qué poco me gusta esta palabra) en nuestro día a día, que no hay celebración que se precie que no lo tenga presente, desde una boda o cumpleaños, a una despedida de soltero, comidas de empresa, cenas de navidad, que nuestro equipo de fútbol haya ganado el partido, o que el cura beba vino de consagrar durante la misa. O en cualquier almuerzo a diario en los bares y terrazas. Y no hablemos de la bebida que imita el cava para las celebraciones infantiles que venden en algunos supermercados y de la que me niego a dar el nombre para no hacerles publicidad. Ya desde bien pequeños, introduciendo innecesariamente estos formatos.
El porcentaje de personas que no bebe alcohol sin haber tenido un problema adictivo es muy bajo y se les considera un tanto “raros”, como si su decisión procediera de algún problema, como si su alternativa no cupiese en la sociedad en la que vivimos.
No, no quiero beber porque tengo un problema con el alcohol.
No, no quiero beber porque no quiero.
Dos opciones igual de válidas e igual de respetables.
María Vilar el 12 de 5 del 2022
Es una pena, y tienes toda la razón. El alcohol está presente como dices en todos los acontecimientos, y la juventud no sabe divertirse sin el. Qué haya personas que pidan agua ,no se le debía decir nada, cada cual sabe lo que quiere y debe hacer.