«La verdad es lo que duele.»
“El juego del ángel”, Carlos Ruiz Zafón (2008)
¿Estamos preparados para asumir la verdad? ¿Nuestra verdad? Decimos que queremos saber lo que de verdad nos ocurre, lo que sentimos y pensamos, lo confesable y lo inconfesable, pero tenemos infinidad de mecanismos psicológicos que distorsionan nuestra verdad y nos ofrecen versiones más halagüeñas de nosotros y de lo que nos rodea, para que podamos dormir tranquilos sin pensar que quizás somos egoístas, mezquinos, celosos, agresivos, incompetentes, cobardes, dependientes, o a saber cuántas cosas más. No añadiré virtudes a esta lista porque el yo está generalmente encantado con ellas, aunque no siempre. Si, dado el caso, nuestro autoconcepto nos considera unos incapaces, cualquier valoración de capacidad será rechazada por el yo.
Pongamos un ejemplo de la búsqueda de “la verdad” o, por lo menos, de una verdad más auténtica y profunda, más honesta y valiente.
Un empleado de una pequeña empresa, tras las claras recomendaciones hechas por el profesional encargado de selección de personal y el jefe, pone innumerables pegas para no contratar al valorado como mejor candidato porque le parece “un tipo falso que no le acaba de convencer”. Tras explorar en terapia sus verdaderas motivaciones, este empleado descubre que el candidato le ha resultado “demasiado” agradable y competente, cosa que le podría robar protagonismo a él frente a sus compañeros.
Días después refiere, con ciertas dificultades, que “se le pasó por la cabeza” que la persona a la que se contrate trabajará codo con codo con una empleada que le resulta muy atractiva, descubriendo con cierta vergüenza que experimentó a ese candidato como un rival, a lo que siguió un “¡Pero qué idioteces estoy diciendo!”
Este descubrimiento de “la verdad” de las propias motivaciones resultó decepcionante a su yo, es decir, al concepto que tiene de sí mismo, a saber, “He sido tan rastrero e incompetente que he puesto pegas estúpidas al mejor candidato por celos y, peor aún, por celos respecto a una compañera con la que no tengo ninguna relación y que, más aún, me llevaría a un deseo de ser infiel a mi pareja con la que, por si fuera poco, no quiero ni pensar en la crisis en que me encuentro desde hace años”.
Así pues, la parte más instintiva del empleado grita “Esa compañera me atrae, quiero acostarme con ella, y este tipo es un rival al que no quiero tener en mi territorio”. Su conciencia moral le responde “Tienes pareja. ¿No pensarás engañarla? Y, además, ¿te parece esto una razón laboralmente seria para intentar que tu jefe, que valora tu opinión, no contrate al mejor candidato? ¿No entiendes que, si la empresa donde trabajas va bien, es mejor y más justo para todos?”
La “realidad”, la “verdad”, es algo cercano a la suma de todas las vivencias implicadas dentro de la persona. Cómo enfrentarse a todas estas cosas resultó indigerible para el yo de nuestro protagonista en un primer momento, de modo que prefirió “no saber” todo lo que estaba pasando y contentarse con la “versión oficial” de que el candidato era una persona falsa y poco convincente, dándoselas además vanidosamente de intuitivo y trabajador preocupado por el bien de la empresa.
Cuanto más fuerte es el yo, fuerte en el sentido de que puede aceptar ser y sentir casi cualquier cosa según el momento, este yo podrá ir encajando la verdad y enfrentándose a ella. Por el contrario, un yo débil usará mecanismos más intensos para engañarse y maquillar la “cruda realidad”, si no, se vería desbordado por la angustia.
Esta es una de las funciones de la psicoterapia. No buscamos tanto la verdad objetiva de los hechos, como lo haría un juez, pero sí la verdad profunda y sincera de las motivaciones y la realidad en que vivimos. A pesar del tono intencionadamente duro y juzgador que he utilizado, no es esta la actitud del psicoterapeuta, sino realmente la del paciente. Por ello, porque se juzga, no se permite saber la verdad y cómo sus mecanismos la distorsionan. A medida que se va desvelando la verdad, se abre el telón para el trabajo con el escenario más profundo en juego, a saber en este caso, su crisis de pareja y todo lo implicado en ella y de lo que de ella venga.
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