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el 29 junio 2016

Aunque el asunto del sentimiento de culpabilidad es muy complejo y profundo en psicología, trataré de que podamos introducirnos en él de la forma más sencilla posible. Esto, sin duda, dejará de lado infinidad de ideas y matices, pero tendrá la ventaja de la comprensión a grandes rasgos.

El sentimiento de culpabilidad surge fruto de la instancia freudiana del Superyó, es decir, del principio del deber. La vida en sociedad del ser humano trajo consigo una serie de normas que se debían cumplir para poder estar unidos. Las dos primeras y más básicas, consideradas como universales por infinidad de antropólogos, serían las del incesto (para que la especie no degenere) y las de la no agresión (a los de la propia sociedad). La moral y las leyes señalan las transgresiones de estas normas, que se han ido extendiendo y complejizando hasta llegar al momento actual, donde en una biblioteca no cabrían todos los libros sobre la legislación actual existente, aunque todo se resume en intentar evitar que nos dañemos unos a otros (con todas las imperfecciones existentes, a veces interesadas). Pero la transgresión verdaderamente relevante en psicología es la interna, no la externa; es la que nos hace sentir culpables, la del “juez interno”, no la que se refiere a haber sido condenados por un juez externo.

Las transgresiones Bajo una primera mirada, pues, solemos entender el sentimiento de culpa como el malestar emocional producido por la transgresión de nuestra ética. Hasta aquí es todo evidente, pero la culpabilidad abarca otros dos niveles mucho más amplios.

Los deberías Más allá de la transgresión, la culpabilidad nace de “los deberías”, del principio del deber, de modo que va más allá de si hemos transgredido o no una norma. Ya no sólo podemos torturarnos por lo que hemos hecho mal según nuestra ética (asumida reflexivamente o “tragada” automáticamente de la sociedad de la que formamos parte); ahora podemos atormentarnos también por no hacer toda una serie de cosas que deberíamos y, no sólo por hacer: como se dice en el catolicismo, podemos pecar también por no hacer, por decir y hasta por pensar (“he pecado de pensamiento, palabra, obra y omisión"). Esto genera que la “autotortura neurótica” se incremente exponencialmente. No estoy abogando en modo alguno por una vida sin ética, que sería a todas luces invivible en sociedad, pero no es menos cierto que el exceso de culpabilidad genera profundos sufrimientos en el ser humano, muchas veces hasta desequilibrarlo gravemente, hasta la crueldad tiránica con uno mismo o con los otros y, esencialmente, la culpa a nivel inconsciente.

Las idealizaciones Por último, la culpa aún llega más lejos. Como acabamos de ver, la instancia del Superyó, que condena nuestras transgresiones y, más allá, nos atormenta con nuestras obligaciones, surge de nuestras idealizaciones previas, y la culpa más feroz (no en crueldad, pero sí en extensión) abarca también otros territorios. Ya no sólo nos podemos sentir mal por habernos saltado una norma según nuestra moral, o por no hacer todo lo que "deberíamos" hacer (como en los frecuentes problemas de falta de voluntad), sino que ahora también podemos sentir culpa por no cumplir nuestras idealizaciones, es decir, culpa por no ser lo suficientemente guapos, listos, ricos, seguros de nosotros mismos, etc. Aquí, la culpa, puede llegar a generarnos inferioridad y vergüenza. Aquí, la culpa, puede llegar a no tener fin, es decir, a ser imposible de satisfacer hasta que no resolvamos nuestra profunda relación con las idealizaciones, mucho más profunda de lo que podamos creer.  

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