Suena The book of love, de Vesislava, y el sentimiento de belleza se asoma grácil por mis ojos. La belleza es vida, y la buena vida es contacto con la pura belleza. No hay otro motivo para vivir. Y, cuando la belleza me toca, hay un pliegue escondido de mí que quiere huir, que siente miedo, miedo a morir, miedo a vivir. Pero ¿por qué tengo miedo a vivir en contacto? Me viene mi madre fallecida, sus manos, mi padre fallecido, su fuerza, mi vecino fallecido hace poco, su alegría, y luego yo mismo imaginándome anciano, decaído físicamente. Atisbo ese momento porque cada vez hay más cosas que me importan una mierda. Con las personas que sufren me pasa lo contrario. Cuando la muerte llegue -¡qué mal rollo da hablar de esto, eh!- solo podré abrazarme a la belleza, al mínimo instante, al rayo de sol cálido en mi cara sin nada más, sin proyección de esa experiencia en nada más que esa pura experiencia. Lo demás estorba. Abrazarme a la emoción de la música en mis oídos. A las manos y los besos de mis escasos seres queridos. Ojalá, cuando llegue ese momento, habiten músicas tan hermosas en el aire que me rodee para irme sonriendo muy muy levemente. Quiero ir preparándome, consciente a la vez de que aún no estoy ahí.
Hay que ver qué vida esta…
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