El niño pequeño, cautivo en un estado que no le deja ver más allá de sí, ni siquiera con los órganos de los sentidos aún inmaduros, pasará a ir experimentando el mundo exterior. Esta perspectiva de ver el exterior, “lo otro”, hará que pueda verse a sí mismo también con más distancia, separándose cada vez más de su estado inicial indiferenciado con la madre.
Al separarse, se sentirá más él mismo, y también más solo, vulnerable y con miedo al abandono. Esta separación, diferenciación e individuación será imprescindible para una vida sana que, de seguir desarrollándose, podrá tomar el paradójico “camino de vuelta” hacia la unión con los demás. La pertenencia, el apego, la vinculación con los otros, la capacidad de ponerse en su lugar o la empatía no hablan de otra cosa sino de la capacidad de amar. De este modo, el desarrollo de la conciencia camina desde la fusión a la separación y, desde ésta, de nuevo, hacia la unión, pero es importante entender que la fusión inicial es diferente a la unión posterior, aunque recuerde a ella.
Un niño pequeño vive en “un todo indiferenciado” con el exterior. Por así decirlo, el mundo y él “son uno”, pero nunca ha llegado a estar diferenciado, de modo que esa fusión implica “una cárcel” de la que no es consciente, y no un encuentro con lo otro. De manera equivalente, un psicótico bajo una alucinación auditiva no diferencia qué sonidos vienen de dentro de su cabeza y cuáles de fuera. Esta experiencia de fusión-confusión entre lo propio y el mundo, no es comparable a una experiencia de encuentro emocional entre dos personas donde sí se ha llegado a la fase de diferenciación, por ejemplo, “Somos dos personas diferentes, tú me quieres y yo te quiero”. La fusión también es diferente a un encuentro racional, a saber, “Tú y yo tenemos nuestras propias ideas, y en este asunto pensamos igual”. Otro ejemplo, el que más se confunde, sería la diferencia entre la fusión propia de enfermedades mentales severas y la experiencia espiritual. Por así decirlo, en el primer caso habría un “Tú y yo somos uno” y, en el segundo, podría ser “Más allá de lo que nos diferencia, tú y yo somos uno”.
En resumen, podemos evolucionar de una primera etapa de fusión indiferenciada a una segunda de separación e individuación y, por último, a una tercera etapa de unión en la diferencia. El sentimiento de fusión mágica con el otro que puede experimentar un psicótico o una persona bajo los efectos de las drogas, puede confundirse con una especie de “unión espiritual”, pero la realidad es que no lo es porque, para ello, sería necesario haber consolidado la separación del “Tú eres tú y yo soy yo” y, desde ahí y sólo desde ahí, haber trascendido esta separación hasta llegar a un profundo sentimiento amoroso de unión con el otro, un sentimiento de “nosotros”. Esta es una unión que contiene la diferencia y va más allá, que la trasciende. Pero, por ejemplo, la fusión psicótica o algunas relaciones narcisistas o borderlines, al igual que las experiencias con drogas, no son espirituales, sino regresivas; no trascienden el yo, sino que lo desconectan; no “suben” a lo espiritual, sino que provocan una regresión que hace “bajar” a lo fusional. Lo espiritual ha trascendido toda diferencia y toda dualidad. Lo fusional, sin embargo, no ha llegado a la necesaria diferencia.
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