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el 22 octubre 2020

Despertarme. Relacionarme. Trabajar. Vivir.

Te despiertas, sientes una tensión en el estómago que rápidamente te sube a la cabeza. “Ah sí, el tema este…”

Sabes que no está arreglado. Sabes que se te está comiendo. Y que está afectando a lo demás, a lo cotidiano.

Puede ser incluso más inconsciente todavía. Son pequeños momentos de lucidez en el que un análisis frío te pone sobre la realidad que esta relación no funciona, que el trabajo que tienes no es el que quieres, que no vives donde querrías, que no aprovechas los fines de semana, que te sientes sólo, o yo qué sé qué más.

Que hay algo que no está bien. Y, adelanto, no pasa por romper con todo, sino por empezar a ordenar las cosas. Hay alguna insatisfacción que te mantiene tenso. Que contamina lo demás.

Puede que ciertos comentarios de otras personas te escuezan en las heridas: dinero, trabajo, pareja, amistades. Ese tema que cuando te paras a pensar, no lo tienes cerrado, resuelto. Y te duele.

Te duele en la autoestima, en la valoración, en sentirte querido, en ser visto por los demás, tenido en cuenta, en tu necesidad de intimidad o de independencia, etc.

De forma, a veces suave, a lo lejos, pero te duele. Y entonces recuerdas cómo te pones a la defensiva, tenso, te resistes, sueltas algún comentario cortante o hiriente, te vas a la cama alterado y rumiando, teniendo fantasías sobre la contestación que le habrías dado a esa persona. Que te quedas enganchado, vamos.

Asuntos inconclusos se llaman.

Puede que poco a poco vayas poniendo luz sobre esa insatisfacción, ese conflicto, esa cosa áspera que tenemos dentro.

Puede que sea pequeña la aspereza, o grande. Puede que sea algo por pulir o un cambio más profundo. Lo que sea, te está generando un malestar. Una tensión por dentro. No te está dejando vivir en paz.

Si es algo grande, desmenúzalo, encuentra las puertas de entrada. Que no te venza lo grande. Es de lo más fácil de pasar, de evadirte; es tan grande que en lo inmediato no tiene ni por qué afectar. Aquí la cosa es que cuando llegue la crisis, esta será mas bien tirando a gorda.

Es más fácil mover un pedrusco si lo desmenuzamos en pequeñas piedras.

Si es algo pequeño, te puede estar dando pistas de algo más grande, no lo desmerezcas. Atiéndelo. En todo caso es más fácil verlo y tirar del hilo. Ya veremos hasta dónde llegamos.

Aquí el peligro es también creer que ese pequeño problema no merece atención. Me duele, me jode, pero ‘no es para tanto’. Insisto: te está dando pistas. Son piedrecitas que se acumularán para formar un pedrusco. No lo menosprecies.

¿Solución? No, quitemos esa palabra si bien, puede haberla, claro. Pero no querría transmitir un mensaje tan mecánico, tan técnico, tan lineal y causalista. Observa qué estas decidiendo hacer, cómo respondes, qué herida es la que te duele, qué camino escoges y,en todo esto, lo más importante: cuál es tu deseo, cuál es tu necesidad.

Y amigo/a, ve a terapia.

Que te ayuden a dar luz a tus zonas oscuras. Que te ayuden a expresar tu dolor, tu tristeza y tu enfado, para poder ordenar tus líos, para saber qué guía tu comportamiento. Que te ayuden a darte cuenta de qué cosas te pasan, cómo estas manejándote con la responsabilidad en ese conflicto: ¿me cargo yo con demasiada? ¿Cargo al otro con asuntos que no son suyos sino míos? Todo esto forma parte del trabajo terapéutico. Y mucho más.

Poner conciencia en cuáles son mis heridas abiertas, las que me duelen en mi día a día, qué necesidades no estoy satisfaciendo y, en caso de hacerlo, cómo las satisfago.

Y tú, ¿estás eligiendo el camino que quieres elegir? ¿Ese camino que te deja en paz contigo mismo?

PD: vivir en paz no es vivir sin problemas. Es atender los problemas y vivir en paz.

 

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