Yo mismo al escribir sobre esto ya me estoy cuestionando, sufriendo juicios internos, conflicto de valores, qué está bien y qué no, qué debería escribir, es correcto o no. Y esto me he encontrado esta semana post-DANA en mis pacientes. En el 100% de ellos. El otro sufrimiento.
El sufrimiento del que no le ha pasado ‘nada’, pero tiene la catástrofe a pocos kilómetros de casa. Tan cerca, tan conocido, tan palpable, que, a todos, a cada uno con su manera de ser, les ha removido la ética, la responsabilidad, el juicio, la culpabilidad, la fortuna y su valoración, la ansiedad, el miedo, la solidaridad y su emoción, el enfado.
A una le puso en jaque su verdadera solidaridad frente al egoísmo. Empezó a poner conocimiento sobre cómo se maneja con la necesidad de ayuda del otro, de qué necesita para desatascar el bloqueo con ayudar al otro, de su dificultad para ver la ayuda del otro si no se le pide directamente.
A otro chico le removió pensar en si estaba tomando buenas decisiones, no fuera que mañana una riada acabara con todo y se diera cuenta que no estaba viviendo la vida que quería. A esto llegamos tras muchos minutos de embotamiento, colapso emocional, y contarme que llevaba varios días sin querer hacer vida normal porque no le parecía justo que él pudiera ir al gimnasio con lo que estaba sufriendo la gente.
Otra persona, habiendo ido varios días a ayudar a quitar lodo, se estaba sintiendo culpable porque necesitaba dos días de descanso, de no ir a la zona cero, de no volver a ver todo lo que vio. Se emocionó varias veces al contar la sonrisa de la gente ayudada, de bromas y carcajadas que en medio del desastre se ocupó que hubiera “para por lo menos mantener el ánimo arriba”, de su enfado monumental y enfrentamiento personal por el mal hacer de unas autoridades que pasaron por la zona.
Otro paciente habló de su preocupación por la futura alerta sanitaria frente a las posibles enfermedades que evolucionen tras lo acontecido y, sobre todo, de su más que traído tema a sesión de su frustración y enfado por las malas personas en el mundo, en este caso de las que se estaban ocupando de saquear.
Otra persona que acababa de sufrir un despido -por fortuna, deseado-, este asunto le estaba atascando poder elaborar bien qué había pasado y su nueva situación, procesar conscientemente estos primeros días en paro, la satisfacción porque lo estaba deseando, poder saborear que ya no tenía esa incertidumbre tan grande de si le quedaban días, meses, o años en ese puesto de trabajo, y de nuevo, un embotamiento emocional que la mantenía desconectada.
Hubo alguien que directamente me pidió adelantar su sesión a esta semana, porque la angustia de ver todo lo que había pasado tan cerca suyo le estaba sobrepasando, y viejos fantasmas de malas épocas pasadas estaban acechando. Le resonaba el nivel de angustia, de ansiedad, y tenía miedo de volver a caer.
Y en todos, una culpabilidad de que esto fuera un problema que traer a terapia mientras ahí fuera, a pocos kilómetros, ha habido una catástrofe humanitaria.
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