¿Quién no ha experimentado tristeza por una decepción vivida o al atravesar el duelo por la pérdida de un ser querido? Lo que diferencia la salud de la enfermedad es una cuestión de cantidad más que de cualidad.

Teniendo en cuenta esto, cuando alguien padece depresión, siente una tristeza que acompaña en forma de dolor psíquico. Además, puede existir pesadumbre, desgana, sensación de abatimiento, con una inhibición de la fuerza vital, la que nos empuja en nuestro día a día. No se siente interés por las cosas, la persona se aísla y vive frustrada. El esfuerzo que se tiene que hacer para simplemente vivir es considerable y, por tanto, la persona sufre, sufre mucho. En casos extremos, como forma de acabar con ese sufrimiento, aparece la idea de suicidio.

La etimología del término depresión viene de “premere” que significa apretar, oprimir. Y de “deprimiere” que significa empujar hacia abajo. Ilustra bien este sentimiento de tener que estar constantemente haciendo un esfuerzo para vivir y, si te dejas, cada vez caes más en el aislamiento del mundo, quedando la energía atrapada en ti, muchas veces en forma de autorreproche. Todo ello, produce una merma en la capacidad de amar, de relacionarse, de trabajar… de vivir, a fin de cuentas.

En determinados casos, el tratamiento farmacológico es estrictamente necesario, en otros puede ser una ayuda importante para sobrellevar la situación mientras se hace un trabajo psicológico y, en otros, quizá, con el tratamiento psicológico sea suficiente.

En cualquier caso, la depresión es tratable y es importante hacer un trabajo para que la persona se permita poner en palabras lo que le pasa. La enfermedad fue la mejor manera que una persona tuvo para solucionar un conflicto psíquico que le fue creando una manera de posicionarse ante la vida, pero esa posición a la que llega se puede transformar en algo más saludable.