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el 17 junio 2024

Tengo un vicio oculto que voy a confesar aquí: a veces voy a tomar café solo para escuchar las conversaciones de las otras mesas.  Se oyen cosas maravillosas, divertidas y algunas que también me hacen reflexionar. Podría pensar que es “de-formación” profesional, pero no, creo que es placer puro y duro.

Bueno, quiero contar que hace unos días estaba en un bar y escuchaba a una mujer hablando con una amiga. Toda ella super indignada, contaba que su hijo se enfadaba cada vez que ella le daba un táper con comida, y ella no entendía su actitud. En su argumentario, al parecer decía él, que ya era mayor y que su madre siempre lo “infantilizaba” y “agobiaba” con cuidados innecesarios. Contando el asunto con bastante ligereza, ella soltaba perlas de este tipo: “no me hace caso en nada, está como un palillo...esa novia que se ha echado no lo cuida bien...si no lo ayudo se va a morir, no sé cuándo va a madurar”. Y luego, añadía una última queja bastante interesante: “ah, pero cuando necesita dinerito, sí que viene corriendo a que la mamá le ayude: ...mare, mare, necesito pasta.” Y sentenciaba ella diciendo: “pues que le...” (estaba verdaderamente enfadada la señora.)

Mas allá de la anécdota, me parece interesante y aplicable para esta situación el concepto de relación cómo transacción.  Nuestras relaciones, y no solo hablo de las interpersonales, de alguna manera, pueden ser analizadas como intercambios de “factores” (materiales, emocionales, espirituales, etc.) que tienden a una especie de equilibrio entre el dar y el recibir.  Puede decirse que en una relación más o menos estable, al menos una de las partes, considera que el intercambio es equilibrado; y cuando no es así, a menudo, aparece el conflicto.

En el caso de mi amiga del café, probablemente lo que su hijo considera como “infantilizarme”, lo es desde su deseo genuino y natural de ser adulto. Mientras que para ella es un intento, muy materno, de mantener la cercanía de ese hijo amado, hasta que se convierte en algo parecido al control, al menos para él.

¿Cómo se equilibra esto? Quizá me falta mucho contexto en ese caso particular, pero para que haya una evolución a una relación más madura, y este chico logre que su madre deje de tratarlo como a un crío, tendrá que asumir su vida adulta y, entre otras cosas, dejar de pedirle dinero. Quizá así ella logre comprender, aunque sea con dolor, que él ya no es un niño y que requiere su espacio para crecer. Todas estas son conjeturas producto del efecto de la cafeína, pero espero que se entienda la idea que quiero transmitir de que toda relación es un intercambio y, como sistema que es, tiende a la autorregulación. 

Todo esto sirve para explicar muchas dinámicas de la vida. Por ejemplo, cuando a nivel personal intentamos introducir ciertos cambios, hay que tomar en cuenta todos los factores que se ponen en juego dentro de nosotros y cómo nos afecta dicho movimiento. Si hay algo que es cierto, es que siempre habrá ganancias y pérdidas, porque es un intercambio de factores. Curiosamente, cuando hay conflictos, es difícil descubrir el verdadero significado de lo que se pone en juego internamente en nosotros. No es tan fácil ver nuestra “responsabilidad” en ellos, y resulta que esto es vital porque queriendo o no, siempre tenemos que asumirla. 

Esta es una de las funciones de la terapia: desenmarañar los conflictos y poner luz a todo lo que se pone en juego en las situaciones problemáticas. Por eso lleva tiempo, porque las crisis son complejas, como complejos somos los seres humanos.   No quisiera ser simplista, pero casi todo se trata de qué gano y qué pierdo; no se puede tener todo, para ganar algo siempre hay que soltar algo. Por eso en nuestros conflictos siempre serán útiles las interrogantes tipo: ¿Qué significa esto en mi vida?, ¿qué función cumple?, ¿qué tengo que dejar para avanzar en este aspecto de mi vida?, etc.

Bueno, no me quiero alargar más, solo quería compartir con vosotros esta manera de entender las relaciones que siempre me ha ayudado a descubrir los “misterios” de las elecciones humanas.

Me despido y, por cierto, agradezco que, si un día me veis en una cafetería solo, no me molestéis mucho, porque estoy, seguramente, “trabajando”.

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