Nos invade una búsqueda incesante de nuevos horizontes. Explorar, descubrir lo nuevo, aquello que ahora no tengo. Como si fuera la única manera de sentirnos satisfechos.
Como si el único movimiento válido fuera ir añadiendo experiencias y lugares nuevos. También dentro de mí. Sensaciones desconocidas y algo nuevo que poder contar a alguien.
No desmerezco la parte sana de todo esto. Pero quizá necesitemos parar y valorar lo que ya tenemos. Quizás sea eso lo nuevo a hacer. Poder sentirnos satisfechos con lo que a nuestro alrededor -y dentro de nosotros mismos- hay.
Pararnos a valorar lo que tenemos, lo que somos, y dejar de mirar lo que no tenemos, lo que no somos.
Pararnos a atender lo que hacemos bien, lo que nos define, y dejar de mirar lo que hacemos mal y no nos define.
Todo este movimiento de recorrernos el mundo entero, explorar aquello desconocido y alejado de la mano de Dios, para luego encontrarte con lugares masificados, montones de personas viviendo esa misma experiencia de manera automática, como si de un debería se tratase.
Y me parece a mí que ahora toca hacer el gesto contrario. Mirar lo que hay. Lo que ya es suficiente para mí. Parar la ansiedad.
De nuevo, no desmerezco el placer y el crecimiento de explorar, de descubrir, de sumar, pero siempre que sea con deseo; no con ansiedad, con la obligación de tener que hacerlo.
Volver a casa. Volver a nuestros orígenes. Conectar con nuestras raíces, nuestra base. Que sea suficiente lo que ya poseo, los amigos que tengo, las cosas sencillas que me llenan: una conversación, estar sentado delante de la chimenea, pasear a los perros, mirar la lluvia desde la ventana.
Que sea suficiente ser como soy. Sin añadir.
Volver a casa, a lo conocido, a lo que conozco. Volver a mi refugio, a mi hogar. Volver a mis valores, a mi punto de partida.
Volver a casa, para valorar lo que tengo y ponerlo por delante de lo que no tengo. Valorar lo positivo que hay en mí, que aprendí en mi hogar y que me hace estar donde estoy. Y dejar a un lado, menos prioritario al menos, aquello que no me gusta y que rechazo.
Volver a casa para aceptar quien soy, y dejar de empujar mi vida para ser alguien diferente.
Soy quien soy, estoy donde estoy, gracias a mi hogar.
Casa, ahora vivo aquí, y he vuelto para quedarme.
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