¿Quién no se ha encontrado alguna vez haciendo buenos y nuevos propósitos cuando comienza el año, diciéndose que este curso va a cambiar el modo de estudiar, que la próxima vez no pasará tanto tiempo sin llamar a un amigo? Nos cargamos de buenas intenciones, a las que luego vamos añadiendo objeciones y relegando a un segundo, tercer o cuarto plano y dando prioridad a otros asuntos. Nadie nos encontramos libres del autoengaño. Nos autoengañamos más frecuentemente de lo que creemos y, en muchas ocasiones, como manera de cerrar nuestros ojos ante cosas desagradables de nuestro alrededor, para evitar ver la realidad.
Pero, ¿qué es el autoengaño? Es la más elaborada de las mentiras, engañarnos a nosotros mismos hasta dar por cierto lo que no es. El engaño es una conducta que encontramos en todo el reino animal. Sirve para tener ventajas con los miembros de la misma especie y también con los de especies distintas, como el mimetismo y camuflaje tanto de animales como de plantas, que les permite cazar o no ser cazados. Los humanos hemos convertido el autoengaño en una fuente de estabilidad, que nos libera del malestar inmediato. Hay una parte del autoengaño que es consciente; pongamos como ejemplo a aquella persona que se dice a sí misma que mañana empezará una dieta, cuando se encuentra ante un delicioso pastel de chocolate, de manera que libera así la culpa de su conciencia. Hay otra parte inconsciente, más elaborada. Podríamos encontrar aquí a una persona que se mantiene ciega ante las evidencias claras de la infidelidad de su pareja. Pero, ¿por qué nos hacemos trampa?
Una de las respuestas es clara: para esquivar la realidad. Miramos hacia otro lado cuando hay situaciones que nos producen dolor, desviamos nuestra atención de ellas como mecanismo de evitación. Convencerse de que todo va bien, que no hay nada a lo que enfrentarse, que no hay nada que cambiar… evita tener que hacer frente a la verdad, a lo que no se quiere ver o escuchar, a hacerse autocrítica, a tomar decisiones. A través del autoengaño, cuando se nos presenta un reto difícil, nos ponemos excusas, diciéndonos que no somos capaces de hacerlo y así no llegamos a intentarlo, evitando la frustración que supondría no poder alcanzarlo. También es posible que, a través de engañarnos a nosotros mismos, nos veamos bajo un prisma demasiado positivo, y nos pongamos objetivos inalcanzables, con la finalidad de demostrar nuestra valía, no aceptando nuestras limitaciones. Una persona de edad avanzada que no asume el paso de los años y se muestra continuamente con comportamientos propios de un veinteañero.
El autoengaño nos puede servir para no asumir las consecuencias desagradables de nuestros actos, para fingir u ocultar aquello que sentimos o para salir airosos de una situación. Para desviar la atención, mirar para otro lado y evitar aquello que nos hace sufrir. El autoengaño no es en sí mismo patológico. Todos lo utilizamos para interrelacionarnos en nuestro día a día. Si prestamos atención a la publicidad, nos acabamos creyendo que si utilizamos un determinado perfume, el éxito sexual estará garantizado o que tendremos una mayor virilidad si compramos una marca y modelo concreto de automóvil. La parte enferma la podemos encontrar en diversos trastornos, como en las adicciones, en donde la persona adicta está convencida de que no va a volver a consumir, que ésta es la última vez. O en el síndrome de Estocolmo, en el cual las víctimas de un cautiverio llegan a desarrollar un vínculo estrecho con sus captores, pudiendo llegar al enamoramiento. Si no nos enfrentamos a lo que nos preocupa, cerrando los ojos para no ver, y vivimos evitando, aquello que nos está afectando nunca podrá ser vencido. Mirarlo de frente nos ayudará a poder lidiar con ello. Por otro lado, ser también conscientes de que hay cosas que no se pueden cambiar y, en este caso, la manera de afrontarlo sería la aceptación.
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